Maravillas del mundo rural
En este primer día de 2017, año nuevo que comienza con todos cargados de ilusiones, esperanzas y propósitos, quería dejaros una preciosa reflexión de nuestra compañera María.
Feliz año nuevo a todos y todas, esperamos que los siguientes 365 días estén cargados de momentos de calidad, de risas, de emociones, de salud y de mucho amor. ¡Ah! Que no se nos olvide…y de ACTITUD.
Vivir en el campo es una cuestión de actitud. De actitud positiva hacia el mundo rural con todas sus dificultades, hacia la naturaleza, hacia la vida en definitiva.
La vida en el campo no es fácil. Hay que trabajar duro en todas las estaciones. No existen vacaciones ni días libres. Pero tiene tan grandes compensaciones que resulta difícil asimilar que hoy nuestras pequeñas aldeas se estén quedando despobladas con la de atractivos que puede ofrecer la existencia en ellas.
Vivir en el campo es estar en contacto con la naturaleza permanentemente. Y en el caso de nuestra Asturias con una naturaleza privilegiada, exuberante, pródiga. Además una naturaleza en permanente cambio. No existen dos días iguales en el campo. El verde de los prados y árboles de hoy ya no es exactamente del mismo tono que era ayer, ni que, por supuesto, lo será mañana. Y no solo es cuestión de tonalidades. Son aromas, aire fresco y puro, sonidos…
Uno de los inconvenientes de muchos puestos de trabajo en nuestra sociedad industrial, o mejor dicho postindustrial, es la monotonía. La repetición desmotivadora y cansina. Esto no ocurre con el trabajo del campo ya que este es absolutamente cambiante. Cada época del año tiene sus tareas distintas. La primavera con las siembras, el verano con las recolecciones, el otoño con la recogida de frutos y el invierno, la época de menor trabajo, se aprovecha para aquellas cosas que no se pudieron hacer durante las otras épocas y también para el descanso porque el cuerpo necesita acumular energía para la primavera siguiente.
Son las aldeas de nuestra tierra lugares muy poco poblados en la actualidad pero eso no significa que la gente se sienta sola en ellas. La soledad no es un problema de número de personas que nos rodean sino de interacción o relaciones entre ellas. Y en los pueblos la gente interactúa y se relaciona. El anciano que vive solo en la aldea vive menos solo que en la ciudad porque sus vecinos siempre van a estar pendientes de él. De mirar cada día si abrió la contraventana, si la chimenea echa humo, en fin, si da señales de vida. Y si no las hay, en seguida irán a comprobar que está bien, que no necesita nada. Es impensable en un pueblo cruzarse con un vecino y no parar unos minutos a hablar. Las puertas exteriores de las casas siempre están abiertas durante el día en nuestras aldeas de manera que en repetidas ocasiones alguien se asomará a preguntar algo, a comentar algo o a que le ofrezcamos un rato de café y charla.
En el pueblo hay más espacio, más tiempo, más vida sana, mejores relaciones, más calidad en definitiva. ¿Todo es de color de rosa? ¿Existen los problemas y los inconvenientes? Es probable que sí. Si no existieran, no sería un lugar real. Pero como se trata de una cuestión de actitud y mi actitud es favorable a este mundo rural nuestro, me quedo con lo positivo. Ojalá nuestras aldeas tengan futuro, el futuro que se merecen como lugares maravillosos que son. Es mi mayor deseo.
Redactado por María Arnaldo