06 Feb

Reflejos

 

«-Dios mío, Claudia. Estás guapísima – sonreí y abracé a mi mejor amiga. Ignoré, como siempre, esa punzada en el estómago que notaba, ligera, de vez en cuando, y seguimos hablando de lo que nos había ocurrido esa semana, mientras disfrutábamos de un café con leche en uno de nuestros rincones favoritos.

Volví a casa, como siempre, bombardeando mi mente con información. Fijándome en cada detalle, en cada reflejo, en cada charco, y en cada mirada de las personas que me cruzaba por la calle. También me dio tiempo a analizar las dos horas que había pasado charlando con Claudia. Era increíble lo guapa que estaba. Volví a notar la punzada en mi estómago, pero esta vez fui consciente de ella. Fruncí el ceño. ¿Me habría sentado algo mal?

Sacudí la cabeza y seguí caminando hasta llegar al paso de cebra. Mi pelo se revolvía inquieto cuando un coche pasaba demasiado deprisa. Me giré para colocármelo detrás de la oreja, y de reojo observé mi reflejo en la cristalera de la tienda de ultramarinos que se ubicaba al lado del paso de cebra donde me encontraba. Aparté rápidamente la mirada. El semáforo se puso en verde y crucé veloz. Tenía muchas ganas de llegar a mi casa y descansar. El día había sido largo.

Llegué a casa y saboreé el calor que me recibió al entrar.  Era uno de esos pequeños placeres, como el de ver la lluvia caer desde el sofá de tu casa mientras bebes una taza de café o de chocolate caliente… Me quité las botas y las guardé en el armario de entrada. Entré en mi habitación y comencé a desvestirme. Deslicé el jersey de lana por mis brazos y cabeza, y luego hice lo mismo con el pantalón, agachándome para recogerlo del suelo.

Reparé entonces en un movimiento a mi izquierda. Me giré para contemplar mi reflejo. Involuntariamente cerré los ojos y apreté los puños, pero me obligué a abrirlos. Notaba mi respiración algo más agitada de lo normal, al tiempo que iba recorriendo lentamente mi cuerpo con la mirada. Cuando llegué a mi rostro, me asusté. La mujer que me miraba al otro lado del espejo tenía una mueca amarga en la que se podía entrever cierto desprecio. Mis ojos, más abiertos de lo normal, parecía que hubieran visto una gran evidencia, o contemplado un crimen.

Respiré hondo y volví a mirarme a los ojos, pero esta vez sólo encontré ira en ellos. Lo entendí, por fin, todo.

– No puedo hacer que me quieras ahora mismo – le dije a mi reflejo – pero ten por seguro que la próxima vez que me mires, me querrás más – toqué el espejo, a la altura de mi mejilla derecha, con las yemas de mis dedos – Cada minuto, cada hora, cada día… – sonreí de verdad, por primera vez ese día – …un poquito más.

– ¿Con quién hablas? – la voz masculina de mi marido me sobresaltó y me llevé la mano al pecho. Él comenzó a reírse, y luego puso una mirada pícara y se acercó a mí, agarrándome por la cintura – Me gusta cuando me das estos recibimientos… – me miró entera, haciendo referencia a mi cuasi-desnudez.

– Eres idiota, casi me matas del susto – le besé con una media sonrisa en los labios.

– Anda, calla, preciosa – me cogió en brazos y me tiró en la cama, junto a él. Y en su mirada lo vi. Vi el amor que yo también quería encontrar cada mañana, cada tarde y cada noche cuando me mirase al espejo. Le sonreí con dulzura y le besé, sintiéndome feliz y afortunada, y deseando comenzar el reto que tenía por delante.»

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