29 Dic

La dinamita y los cambios

«Nunca es tarde si la dicha llega». Así reza un conocido refrán castellano. La historia de hoy va de un cambio que llegó tarde pero que, en cierto modo, llegó a tiempo.

Se trata de Alfred Nobel, el inventor de la dinamita. Su vida fue la propia de un industrial culto y refinado del siglo XIX. Pese a que había nacido en Estocolmo y tenía origen ruso, escribió poesía en inglés llegando alguna de sus obras. Cursó estudios de Humanidades, si bien  la química, la física y la ingeniería supusieron la base de su formación intelectual. A Alfred Nobel se le conocen cerca de 350 patentes y una fortuna de 33 millones de coronas suecas. Pero si aún le recordamos no es por los datos que acabamos de mencionar sino por la última de sus iniciativas, la que todavía hoy perdura en el tiempo.

Más allá de la dinamita, sus invenciones tuvieron un ciclo de vida muy corto. En la segunda mitad de su siglo, la industria armamentística evolucionaba a pasos agigantados y esto hacía obsolescer a sus cañones y proyectiles rápidamente. Sin embargo, ello no fue óbice para que tanto la dinamita como el resto de sus ingenios militares tuvieran tiempo de probar su eficacia. Baste decir que las víctimas de sus patentes se contaron por centenares de miles de personas desde que comenzó su uso,  casi en la misma proporción que los beneficios que sus empresas obtenían.

Pero para un espíritu humanista y sensible como era el de Alfred, aquella situación no podía persistir sin provocarle problemas de conciencia. Es por ello por lo que en su testamento de 1895, el sexagenario Afred Nobel instituye los premios que hoy llevan su nombre y lo hace con el fin de «compensar al mundo el posible mal que sus inventos hubieran provocado». Para ello, impulsó la creación de un fondo con la mayor parte de su fortuna dedicado a sufragar tales galardones, fondo que ha sido ampliado por parte de diversas instituciones.

Los cinco Premios Nobel originarios -aquellos que se mencionan en las últimas voluntades del inventor sueco- son los siguientes: medicina y fisiología, química, física, literatura y paz. Al fin y al cabo, resulta paradójico que el premio más prestigioso que se otorga a los pacifistas más proactivos de todo el mundo lo instituyera el inventor de una de las armas más mortíferas. Por otra parte, en 1969 se creó el Premio Nobel de Economía, si bien éste es el único de los seis cuya dotación económica no depende de la Fundación Alfred Nobel sino del Banco de Suecia.

Como el lector puede advertir, esos problemas de conciencia a los que antes nos referíamos fueron semilla de cambio y agente transformador, magia que conviertió los fondos provenientes de la dinamita en fondos dedicados a sufragar el progreso técnico, intelectual y humano de nuestro extraño mundo.

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